31 mar 2009

TRES INDICADORES DEL “MALESTAR DE LA MODERNIDAD”


Fragmentos del articulo: LA ETICA DE LA AUTENCIDAD, de Hortensia Cuéllar Pérez..- Profesora. Investigadora de la Escuela Nacional para Maestras de Jardines de Niños.

En 1991 el eminente filósofo canadiense Charles Taylor escribe un ensayo titulado The malaise of modernity (1991). Para Tylor la idea de malestar expresa «aquellos rasgos de nuestra cultura y nuestra sociedad contemporánea que la gente experimenta como pérdida o declive, aún a medida que se «desarrolla» nuestra civilización»

Tylor plantea tres formas de malestar» o de preocupación que trae consigo la modernidad filosófica y que son: a) el individualismo, b) la primacía de la razón instrumental y, c) el despotismo blando.

a) el individualismo:

El individualismo, como rasgo de la civilización moderna, representa el más grande logro alcanzado en nuestros días porque ha permitido que «las personas elijan por sí mismas su propia regla de vida» (p.38), o bien a «decidir en conciencia qué convicciones desean adoptar» (idem.) o bien a «determinar la configuración de sus vidas con una completa variedad de formas sobre las que sus antepasados no tenían control» (idem.) etc. Además de todo, «estos derechos están defendidos por nuestros sistemas legales» (idem). Con ello quiere decir que muy pocos desearían renunciar a éstos logros que -por otro lado- no es tampoco su pretensión.

Sin embargo, a esa concepción del individualismo le hace falta una teleología que le permita mirar al hombre más allá de las estrellas o con Kant «ese cielo estrellado donde además de todo me recuerda la ley natural». De otra forma, invariablemente, domina la racionalidad instrumental que conduce «al desencantamiento del mundo», a la desacralización y a la pérdida de todos aquellos fines o ideales por los que vale la pena morir (cfr. p. 39).

Tal angostamiento de horizontes, donde la gran cadena del ser se ve empequeñecida, conduce a los hombres y a las mujeres, a centrarse en su vida individual. No les importa lo demás ni lo que suceda realmente en su entorno, al grado de que teóricos como Derridá y M. Foucaullt, «dejan al agente, aún con todas sus dudas en torno a la categoría del «yo», con una sensación de poder y libertad sin límites que no impone norma alguna, pronta a gozar del «libre juego» o a entregarse a la estética del yo» (p. 94). Por eso a esta época se le ha llamado también «la era del vacío» (Gilles Lipovetsky) o de «la cultura del narcisismo», en expresión de Christopher Lasch. En la descripción de Daniel Bell, las contradicciones del capitalismo conducen a un «profundo hedonismo», donde el estadio estético señalado por Kierkegaard, encuentra su más cabal expresión.

Dice Tylor: «El individualismo se ha utilizado de hecho en dos sentidos harto diferentes. En uno de ellos se trata de una idea moral, una faceta que ya he comentado. En otro, se trata de un fenómeno amoral, algo parecido a lo que entendemos por egoísmo. El auge del individualismo en este sentido supone habitualmente un fenómeno de descomposición, en el que la pérdida de un horizonte tradicional deja tras de sí la anomia, y en el que cada cual se las arregla por sí mismo, como sucede, por ejemplo, en los barrios marginales, azotados por la delincuencia (...). Por supuesto, resulta catastrófico confundir estos dos tipos de individualismo, que tiene causas y consecuencias totalmente diferentes. Razón por la cual Tocqueville distingue cuidadosamente entre «individualismo» y «egoísmo» (pp. 56-57)».

Desde la perspectiva psicológica, tal vez sería pertinente hacer la distinción entre egocentrismo y egoísmo. Lo primero se dice de los niños muy pequeños y su deseo de conocer el mundo que les hace referir todo a sí mismos. Lo segundo ya tiene una connotación moral, que implica ejercicio de la libertad y el deseo de sometimiento de los demás hacia uno mismo.

2) racionalidad instrumental:

Para Charles Taylor una forma de caracterizar la racionalidad instrumental es considerarla como esa «clase de racionalidad de la que nos servimos cuando calculamos la aplicación más económica de los medios de un fin dado» (p. 40). Esto significa que la medida del éxito viene dada por el máximo de eficiencia obtenida a través de la relación costo-rendimiento. A mayor rendimiento y menor costo, mayor eficiencia, con lo cual una posición así conduce irremediablemente a la primacía de los valores del mercado o técnicos, sobre la trayectoria vital e historia de vida de las personas inmersas en ese contexto. Esa ecuación -por lo mismo- puede aplicarse casi a cualquier asunto, en particular, a los que tienen que ver con la planificación racional de los recursos económicos o naturales y en diversas facetas de la vida del hombre por ejemplo diferentes estudios poblacionales y el avance tecnológico y su relevancia en diferentes campos de la cultura, entre ellos el de la medicina, etc. A este respecto, el filósofo canadiense afirma: «Una vez que la sociedad deja de tener una estructura sagrada, una vez que las convenciones sociales y los modos de actuar dejan de estar asentados en el orden de las cosas (...), están en cierto modo a disposición de cualquiera» (p. 40). De forma similar, «una vez que las criaturas que nos rodean pierden el significado que correspondía a su lugar en la cadena del ser, están abiertas a que se les trate como materias primas o instrumentos de nuestros proyectos» (idem.).

Diversos ejemplos pueden señalarse, uno de ellos el caso del liberalismo económico, que en función de la organización económica global y de la obtención de un mayor capital y la irrupción de los llamados capitales especulativos en la economía de muchísimos países, pretenden justificar en reuniones internacionales, la desigual distribución de la riqueza y la renta, así como la dependencia de los países pobres de los económicamente fuertes. Otro caso es el de la planificación social, en donde la valoración de riesgos en el ámbito de la empresa o de la industria, la vida humana queda valorada en dinero. En otro terreno -como el de la medicina-, la influencia de la racionalidad instrumental se ve reflejada (afirma Taylor siguiendo de los importantes estudios de Patricia Benner) en la minusvaloración social que han sufrido profesiones como la enfermería y otros de asistencia hospitalaria, que son quienes realmente atienden mayor tiempo al enfermo (cfr. pp. 41-42).

Para Taylor, sin embargo, el fatalismo al que puede conducir esta forma de malestar exacerbando sus posibilidades, es un error y ésto debido a que «nuestro grado de libertad no es igual a cero» (p. 43) porque «tiene sentido reflexionar sobre cuales son nuestros fines» (ídem.) y si la razón instrumental debería tener menos incidencia de la que tiene en nuestras vidas.

3.- El despotismo blando

El último de los grandes problemas que permean la modernidad filosófica, es el llamado «despotismo blando» en frase de Tocqueville y que consiste en una forma suave, y solapada, de ejercer opresión sobre los ciudadanos, sin que éstos -a su vez- tengan conciencia de ello. Se trata de una pérdida de ilusión por participar activamente en las elecciones o cargos públicos, que hace que deleguen toda su participación en el gobierno, mismo que se convierte en el gestor y principal actor de la responsabilidad pública. De allí su despotismo blando, que como se ve, es una forma específicamente moderna de tener bajo control a los ciudadanos que no se interesan en la actividad democrática, sino solamente en todos aquellos asuntos que tienen que ver con la resolución de sus problemas inmediatos. La mayoría de las veces los gobiernos actuales no quieren imponerse por el terror o de manera violenta, sino de una manera tan suave, que no es notoria más que para los críticos de ese estado de cosas (cfr. pp.44 a 47).

Nota: Las páginas citadas entre paréntesis corresponden al libro de Charles Taylor. “La ética de la autenticidad”. Paidos/ I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona, 1994, 146 p.

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