11 nov 2012

La Acción Válida


(Extracto de charla de Silo en Canarias, 1978)

¿Cuál es la acción válida? A esta pregunta se ha respondido o se ha tratado de responder, de distintos modos, y casi siempre teniendo en cuenta la bondad o la maldad de la acción. Se ha tratado de responder a lo válido de la acción. Es decir, se han dado respuestas a lo que desde antiguo ha sido conocido como lo ético o lo moral. Durante muchos años nos preocupamos por consultar acerca de que era lo moral, qué era lo inmoral, lo bueno y lo malo. Pero básicamente, nos interesó saber qué era lo válido en la acción. Nos fueron respondiendo de distinto modo. Hubo respuestas religiosas, hubo respuestas jurídicas, hubo respuestas ideológicas. En todas esas respuestas, se nos decía que las personas debían de hacer las cosas de un modo y también evitar hacer las cosas de otro modo.

Diferentes posturas religiosas daban su solución. Así pues, para los creyentes de determinadas religiones, había que cumplir con ciertas leyes, con ciertos preceptos, inspirados por Dios. Eso era válido para los creyentes de esas religiones. Es más: distintas religiones daban distintos preceptos. Algunas indicaban que no debían realizarse determinadas acciones, para evitar cierta vuelta de los acontecimientos: otras religiones lo indicaban para evitar un infierno. Y a veces no coincidían tampoco estas religiones, que en principio eran universales, tampoco coincidían en sus preceptos y en sus mandatos.

Pero lo más preocupante de todo esto, era que sucedía en esas áreas del mundo donde muchísimos de esos habitantes, no podían cumplir, aún queriendo de muy buena fe, no podían cumplir con esos preceptos, con esos mandamientos, porque no los sentían. De tal manera que los no creyentes -que también para las religiones son hijos de Dios-, de tal manera que los no creyentes no podían cumplir esos mandatos, como si estuvieran dejados de la mano de Dios. Una religión, si es universal, debe serlo no porque ocupe geográficamente el mundo. Básicamente debe ser universal porque ocupe el corazón del ser humano, independientemente de su condición, independientemente de su latitud.

Consultamos entonces a otros formadores de conducta: los sistemas jurídicos. Son formadores, son moldeadores de conducta. Los sistemas jurídicos establecen de algún modo, aquello que debe hacerse o debe evitarse en el comportamiento de relación, en el comportamiento social. Existen códigos de todo tipo para reglar las relaciones. Hay hasta códigos penales, que proveen la punición para determinados delitos, es decir para comportamientos considerados no sociales, o asociales o antisociales. Así pues los sistemas jurídicos también han tratado de dar su respuesta a la conducta humana, en lo que hace al buen o mal comportamiento. Y así como las religiones han dado su respuesta, y está bien, y está bien para sus creyentes, también los sistemas jurídicos han dado su respuesta y está bien para un momento histórico dado, está bien para un tipo de organización social dado, pero nada dice al individuo que debe cumplir con una determinada conducta.

Los sistemas jurídicos no tienen validez universal. Sirven para un momento, para un tipo de estructura, pero no sirven para todos los seres humanos, ni sirven para todos los momentos y todas las latitudes; y lo más importante de todo, nada dicen al individuo acerca de lo bueno y lo malo.

También consultamos a las ideologías. Las ideologías son más amigas de los desarrollos y, claro, eran bastante más vistosas en sus explicaciones, que los chatos sistemas legales, o tal vez que esto de los preceptos o las leyes traídas desde las alturas.

Algunas doctrinas explicaban que el ser humano, es una suerte de animal rapaz, es un ser que se desarrolla a costa de todo, y que debe abrirse paso a pesar de todo; a pesar incluso de los otros seres humanos. Una suerte de voluntad de poderío, es la que está detrás de esa moral. De algún modo esa moral que puede parecer romántica, es sin embargo exitista, y nada dice al individuo en cuanto a que las cosas le salgan mal en sus pretensiones de voluntad de poderío.

Hay otro tipo de ideología, que nos dice: por cuanto todo en la naturaleza está en evolución, y el ser humano mismo es producto de esta evolución, y el ser humano es el reflejo de las condiciones que se dan en un momento dado, su comportamiento va a mostrar el tipo de sociedad en que vive. Así pues, por ejemplo, una clase va a tener un tipo de moral, y otra va a tener otro tipo de moral. De esta manera, la moral está determinada por las condiciones objetivas, y por las relaciones y por el modo de producción. Así pues no hay que preocuparse mucho, por cuanto uno hace lo que mecánicamente está impulsado a hacer. La materia en evolución va a la entropía; los físicos hablan de la muerte final del mundo, por lo tanto todo acto moral mecanicista, proclama por anticipado la muerte del mundo. De tal manera que limitándonos al desarrollo mecánico, yo hago lo que hago, porque estoy impulsado en tal sentido. ¿Dónde está el bueno y dónde está el malo?... Hay un choque mecánico de partículas en marcha.

Otras singulares ideologías nos decían cosas como estas: la moral es una suerte de presido social, una suerte de presión que sirve para contener la fuerza de los impulsos, y esta contención que efectúa es una suerte de super-yo, esta comprensión que hace en el caldero de la conciencia permite de todas maneras, que aquellos impulsos básicos se vayan sublimando, vayan tomado cierta dirección.

De modo que nuestro pobre amigo que ve pasar a unos y a otros con sus ideologías, se sienta de pronto en la acera y dice: "De todas maneras, "que es lo que yo debo hacer? (Risas) Porque acá me presiona un conjunto social, y acá yo tengo impulsos, y parece que las cosas se pueden sublimar, siempre que yo sea artista, por ejemplo. (Risas). Parece que la cosa se puede sublimar, y entonces va a estar bien si puedo sublimar, y si no parece que terminaré en la neurosis." (Risas) De modo que esto de la moral, en realidad es una forma de encare de estas presiones, para no reventar de neurosis. (Risas)

Otras ideologías, también sicológicas, explicaron lo bueno y lo malo según la adaptación. Una moral conductual adaptativa, algo que permite encajar en un conjunto y en la medida en que uno desencaja de ese conjunto, se segrega de ese conjunto, tiene problemas. Así que más vale andar derechito, y encajar bien en el conjunto. La moral entonces nos dice que es lo bueno y que es lo malo, de acuerdo a la adaptación que de be establecer el individuo, al encaje que el individuo tenga en su medio. Y está bien... es otra ideología.

Pero claro en las épocas de las grandes fatigas culturales, como sucedió ya repetidamente en otras civilizaciones, surgen las respuestas cortas, inmediatas, acerca de lo que se debe hacer y de lo que no se debe hacer. Me estoy refiriendo a las llamadas escuelas morales de decadencia. En distintas culturas, -ya en su ocaso, surgen suertes de moralistas que muy rápidamente tratan de acomodar sus cosas -por necesidad más que por ideología-, tratan de acomodar sus cosas como buenamente pueden, a fin de dar una dirección a su vida.

Están algunos que dicen más o menos esto: "La vida no tiene ningún sentido, y como no tiene ningún sentido, puedo hacer cuanto me plazca... si puedo" (Risas). Otros dicen: "Como la vida no tiene mucho sentido (Risas), debo hacer aquellas cosas que me satisfacen, que me hacen sentir bien, a costa de todo lo otro". Hay otras doctrinas de las escuelas morales de la decadencia. "Ya que estoy en una mala situación y hasta la misma vida es sufrimiento, debo hacer las cosas guardando ciertas formas. Debo hacer las cosas como un estoico". Así se llaman esas escuelas de la decadencia: las escuelas estoicas.

Pero claro, detrás de estas escuelas, aunque sean respuestas de emergencia, hay también ideología. Está, parece, la ideología básica de que todo ha perdido sentido, y se responde de urgencia a esa pérdida de sentido.

Hay otras concepciones, -tal vez sicológicas, y esto no es tan fácil de definir-, que nos dicen: La recta acción es aquella que se cumple con desapego". "La acción en todo caso sirve para liberar". Esta es una postura un poco difícil, muy difícil para aquel señor que se queda sentado en medio de la acera, y se pregunta "¿qué hago?". Así pues los sistemas ideológicos, los sistemas jurídicos, así pues las escuelas morales de la decadencia, así pues las religiones, ya ven ustedes cómo y cuánto han trabajado para dar respuesta a este serio problema de la acción, para establecer su moral, para establecer su ética, porque claro, todos ellos han advertido la importancia que tiene la justificación o injustificación de un acto.

A nosotros nos importa mucho este problema de la acción y de la justificación de la misma. Bien saben ustedes, que no se puede justificar la acción con una teoría del absurdo, en donde de pronto aparece de contrabando el compromiso. Sucede que estoy comprometido con eso, y por eso debo cumplirlo. Una especie de coacción bancaria. No puedo establecer ningún tipo de compromiso si el mundo en que vivo es absurdo y termina en la nada.

¿Cuál es la base de la acción válida?. La base de la acción válida no está dada por las ideologías, ni por los mandatos religiosos, ni por las creencias, ni por la regulación social. Aun cuando todas estas cosas sean de mucha importancia, la base de la acción válida no está dada por ninguna de ellas, sino que está dada por el registro interno de la acción. Hay una diferencia fundamental entre esta valoración que parece provenir del exterior, y esta valoración que se hace de la acción por el registro que el ser humano tiene de lo que precisamente hace.

¿Y cuál es el registro de la acción válida? El registro de la acción válida es aquel que se experimenta como unitivo; es aquel que da al mismo tiempo sensación de crecimiento interno, y es por último aquél que se desea repetir porque tiene sabor de continuidad en el tiempo. Examinaremos estos tres aspectos de modo separado. El registro de unidad interna por una parte, la continuidad en el tiempo por otra parte.

Frente a una situación difícil, puedo yo responder de un modo o de otro. Si soy hostigado, por ejemplo, puedo responder violentamente, y frente a esa irritación que me produce el estímulo externo, y esta tensión que me provoca, puedo distenderme, puedo reaccionar violentamente y al hacerlo experimentar una sensación de alivio. Me distiendo. Así pues, y aparentemente, se ha cumplido la primera condición de la acción válida: frente a un estímulo irritante, lo saco de enfrente y al hacerlo me distiendo y al distenderme tengo un registro unitivo.

La acción válida no puede justificarse simplemente por la distensión, porque sucede que aunque me distienda en ese instante, no tiene ese registro, continuación en el tiempo. En el momento A produzco la distensión al reaccionar de ese modo, en el momento B, no estoy para nada de acuerdo con lo que hice. Esto me produce contradicción. Esa distensión no es unitiva por cuanto el momento posterior contradice al primero. Es necesario que cumpla, además, con el requisito de la unidad en el tiempo, sin presentar fisuras, sin presentar contradicción.

Así podríamos presentar numerosos ejemplos en donde esto de la acción válida para un instante no lo es para el siguiente, y el sujeto no puede cabalmente, tratar de prolongar ese tipo de actitud, porque no registra unidad sino contradicción.

Pero hay otro punto: el punto de que tampoco registra una suerte de sensación de crecimiento interno. Hay numerosas acciones que todos hacemos durante el día, determinadas tensiones que aliviamos distendiendo. Estas no son acciones que tengan que ver con lo moral; y las realizamos y nos distendemos y nos provoca un cierto placer, pero ahí queda. Y si nuevamente surgiera una tensión, nuevamente la descargaríamos con esa suerte de efecto de condensador, donde sube una carga y al llegar a ciertos límites se la descarga. Y así, con este efecto condensador de cargar y descargar, nos da la impresión de que estuviéramos metidos en una eterna rueda de repeticiones de actos, en donde en el momento en que se produce esa descarga de tensión, la cosa resulta placentera, pero nos deja un extraño sabor de que si la vida fuera simplemente eso, una rueda de repeticiones, de placeres y dolores, la vida, claro, no pasaría del absurdo. Y hoy, frente a esta tensión, provoco esta descarga. Y mañana del mismo modo... sucediéndose la rueda de las acciones, como el día y la noche, continuamente, independiente todo de la voluntariedad humana, independiente todo de la elección humana.

Hay acciones, sin embargo, que tal vez muy pocas veces hayamos realizado en nuestras vidas. Son acciones que nos dan gran unidad en el momento. Son acciones que nos dan además registro de que algo ha mejorado en nosotros, cuando hemos hecho eso. Y son acciones que nos dan una propuesta a futuro, en el sentido de que si pudiéramos repetirlas, algo iría creciendo, algo iría mejorando. Son acciones que nos dan unidad, sensación de crecimiento interno, y continuidad en el tiempo. Esos son los registros de la acción válida.

Nosotros nunca hemos dicho que esto sea mejor o peor, o deba coercitivamente hacerse: Hemos dado más bien las propuestas, y los sistemas de registros que corresponden a esas propuestas. Hemos hablado de las acciones que crean unidad, o crean contradicción. Y por último hemos hablado del perfeccionamiento de la acción válida, por la repetición de esos actos. Como para cerrar un sistema de registros de acciones válidas, hemos dicho: "Si repites tus actos de unidad interna, ya nada podrá detenerte". Esto último habla no sólo del registro de unidad, de la sensación de crecimiento, de la continuidad en el tiempo. Eso habla del perfeccionamiento de la acción válida. Porque, es claro, no todas las cosas nos salen bien en los intentos.

Muchas veces tratamos de hacer cosas interesantes, y no salen tan bien. Y es claro, nos damos cuenta de que las cosas pueden mejorar, y pueden perfeccionarse; y también la acción válida puede perfeccionarse, y la repetición de aquellos actos que dan unidad y crecimiento y continuidad en el tiempo, y la repetición de las acciones válidas, es el perfeccionamiento de la misma acción. Esto es posible.

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