2 abr 2013

recurrir a la Real Academia Española (RAE) para combatir el racismo



Una iniciativa desacertada: recurrir a la Real Academia Española  (RAE) para combatir el racismo      
  El músico uruguayo Ruben Rada, uno de los impulsores

Ricardo Soca

La Casa de la Cultura Afrouruguaya lanzó esta semana una campaña publicitaria de gran repercusión para poner sobre el tapete el tema de la discriminación racial en el Uruguay, con la participación de destacadas personalidades de la política, la cultura y el deporte. El principal puntal de la campaña es la recolección de firmas para una carta que se enviará a la Real Academia Española en la que se le solicita muy cortésmente que retire del diccionario la expresión «trabajar como un negro», que los impulsores de la iniciativa consideran discriminatoria.


«Borremos el racismo del lenguaje» es el título de la loable iniciativa con la que se busca eliminar de la mente de los uruguayos prejuicios que se instalaron en los tiempos remotos de la infamia esclavista y, de manera más o menos inconsciente, se han venido transmitiendo de generación en generación. Es encomiable toda iniciativa que tienda a eliminar el prejuicio, la inequidad y cualquier forma de discriminación, pero el recurso elegido, una carta a la Real Academia Española me parece desacertado por varias razones.



Las palabras no brotan de los diccionarios, son recogidas por los lexicógrafos como descripciones del lenguaje que es hablado por la gente. Excluir palabras o expresiones que están en la lengua, por muy discriminatorias que sean, es un error que los diccionarios cometen, a veces de forma interesada o por razones políticas, ideológicas o religiosas.



Un diccionario debe ser concebido como una descripción lo más fiel posible de la forma como la gente habla y de los usos que hace de las palabras, y no se puede pretender que excluya ninguna porque es fea, ofensiva o discriminatoria. Un diccionario debe describir la realidad; no puede ni debe intentar cambiarla porque dejaría de cumplir su función. Esto no significa que los lexicógrafos (que son los profesionales que se ocupan de hacer diccionarios) deban permanecer omisos ante las palabras o expresiones discriminatorias. Para eso cuentan con el recurso de las marcas lexicográficas, que les permiten indicar, al definir un vocablo o una locución, que «su uso puede ser ofensivo» o «su uso es discriminatorio».



El Diccionario de la Real Academia Española está cargado de expresiones tendenciosas de cuño religioso o discriminatorias contra la mujer, los negros, los chinos, los judíos y los gitanos sin que, en la mayoría de los casos, tal tendenciosidad o tal discriminación se haga explícita en ninguna marca. Hasta hace pocos años, el vocablo «comunista» era definido como «doctrina de Carlos Marx y sus secuaces».


Sobre el fuerte sesgo ideológico de la Academia se han escrito bibliotecas enteras. Me contentaré con citar un párrafo de Esther Forgas, filóloga española que se ocupa de los desvíos ideológicos en los diccionarios:

No pedimos su desaparición (de los términos injuriosos) -somos lingüistas y conocemos el valor de las palabras- sino que pedimos que la Academia avise al lector del contenido pragmático de esos términos denigratorios y que no se contente con una mera notación de coloquial o familiar ante vocablos de tal calaña. (*)

La Academia Española es un organismo que responde a la Corona de España y busca organizar el idioma de acuerdo con los respetables intereses de ese país y de sus empresas, que en muchos casos pueden no coincidir con los del nuestro. Profesores de español uruguayos han sufrido en Brasil presiones de diplomáticos españoles en el sentido de que actuaran conforme a las políticas trazadas por el reino peninsular para la enseñanza en ese país, por lo que parece poco feliz la idea de resolver un problema de discriminación en el Uruguay dirigiéndose con cortesía filial a esa entidad extranjera fundada en tiempos de la Santa Inquisición.

Está bien proponer que borremos el racismo del lenguaje, pero borrémoslo antes de nuestras mentes, de nuestras actitudes, de nuestro comportamiento, de los que el diccionario, cualquier diccionario, es un mero reflejo. El hecho de que los autores de la iniciativa hayan optado por ese camino muestra hasta qué punto a los hispanohablantes nos han metido en la cabeza desde la escuela la idea de que la lengua «la hace» la Academia y que las palabras que no están en su diccionario no existen. Por lo tanto, si se las excluye, dejan de existir, según esa extendida creencia.



*El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las academias de la lengua española. (2011) Melusina
tomado de http://www.elcastellano.org/ns/edicion/2013/enero/rae.html

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